Palabras de espiritualidad

El ayuno, un compañero de viaje desde siempre

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Con el cuerpo no podemos tratar si no es por medio del ayuno. El cuerpo no entiende razones. Por eso es que hay que apaciguarlo, poco a poco y con buen juicio.

El ayuno es algo tan remoto como el hombre mismo. Es, de hecho, el primer mandamiento concerniente al autocontrol.

El ayuno y la oración son dos medios para purificar nuestro ser de las pasiones. Todos aquellos que se han acercado a Dios, han humillado su alma por medio del ayuno y la oración. También Jesús ayunó durante cuarenta días, poniendo el ayuno como principio del anuncio del Reino de Dios, aunque Él no lo necesitaba, al estar libre de pecado.

Los fundamentos más profundos del ayuno y la oración los encontramos en el Bautismo. Lo más profundo de nuestro ser se reviste con Cristo. En este abismo de la mente, el “altar del corazón”, como lo llaman los Santos Padres, viene Cristo a morar, expulsando al maligno, quien se refugia en los sentidos. Desde ahí, las fuerzas del demonio, las pasiones, se empeñan en atrapar la voluntad del hombre entre sus redes.

Con el cuerpo no podemos tratar si no es por medio del ayuno. El cuerpo no entiende razones. Por eso es que hay que apaciguarlo, poco a poco y con buen juicio, porque los cerdos de las pasiones rehúsan chapotear en el fango seco y endurecido. Un organismo mustio y humillado con el ayuno no tiene más fuerzas para intentar cambiar las convicciones de la conciencia.

Más de la mitad de las pasiones provienen de la mente. El ayuno actúa también sobre estas pasiones. Como dice San Juan Climaco, es admirable cómo la mente, siendo algo incorpóreo, se ensucia y se oscurece justamente por la acción del cuerpo, y, al contrario, cómo lo inmaterial se diluye y se purifica con la arcilla. Los ojos ven cosas, en tanto que la mente ve pensamientos.

(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, pp. 132-133)