La lucha del ayuno
Aquel que tenga el deseo y el amor suficientes, luchará. Y, según la medida de su fe, Dios vendrá a él con Su Gracia. Cuando esto sucede, el hombre deja de percibir su abstinencia como si fuera un gran sacrificio.
¿Han oído hablar del Santo y Venerable Paisos el Grande? Durante cuarenta años vivió solamente alimentándose con la Santa Eucaristía. Comulgaba cada cuarenta días, ¡y durante seis semanas dejaba de sentir hambre!
Caminando en el desierto, justo el día en que terminaba un ciclo de cuarenta días de ayuno, se encontró con un hombre que se arrastraba por el suelo, atormentado por el hambre:
—¡Ay de mí, me duele el estómago! ¡Ay de mí!
—¿Qué te pasa?, le preguntó el santo.
—Padre, llevo tres días sin probar bocado.
—¿Y…?
—Tengo una gran sed, me duelen las entrañas… Me quemo por dentro, ¡me muero de sed!
Realmente, al ayunar, el cristiano debe luchar más fuertemente contra la sed que contra el hambre. Si mañana o el día después de mañana empiezas a ayunar severamente, verás que, más que el hambre, lo que más te atormenta es la sed y la debilidad. Te sientes aturdido y empiezas a caminar como si estuvieras ebrio. ¡Pero tienes que luchar, porque no morirás!
El padre Paisos se inclinó hacia él, y le pregunto otra vez:
—Hermano, ¿cuántos días llevas sin comer?
—Tres días, padre.
—¿Ese es el tamaño de tu sacrificio? ¡Yo llevo cuarenta días sin comer!
En ese momento, el padre Paisos escuchó una voz en su interior: «¡Paisos, no te envanezcas! Tú ayunas con la ayuda de la Gracia, pero este hombre ayuna forzándose a sí mismo. Apenas está aprendiendo a refrenarse. Y aunque su ayuno sea de solo tres días, ya que lucha con todas sus fuerzas, su recompensa será mayor que la tuya, que ayunas durante cuarenta días, pero con el auxilio del don que Yo te envío. Recuerda que aprender ayunar implica una lucha muy grande, para la cual se necesita tener una considerable fuerza de voluntad. ¡Das voluntad, recibes fuerzas!». En la medida de la voluntad del hombre, Dios le ayuda.
Un día me encontré con un asceta que vivía en el bosque. Y me dijo: «Ayuné toda la semana, hasta el sábado. Pero el viernes en la noche tenía tanta sed, que hubiera querido arrancar alguna hoja de cualquier árbol, para lamer el fresco rocío acumulado sobre ella. Pero me dije: “¡No! Si tomo una hoja y le bebo el rocío, habré perdido todo mi ayuno. Y no quiero que eso suceda”».
Tal fue la lucha que el pobre hombre tuvo que librar toda esa noche. Al día siguiente, cerca de las diez de la mañana, se dirigió al manantial y bebió un poco de agua. Después de escucharlo, pensé: aquel que tenga el deseo y el amor suficientes, luchará. Y, según la medida de su fe, Dios vendrá a él con Su Gracia. Cuando esto sucede, el hombre deja de percibir su abstinencia como si fuera un gran sacrificio.
(Traducido de: Arhimandritul Cleopa Ilie, Ne vorbește Părintele Cleopa, ediția a 2-a, vol. 3, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2004, pp. 108-110)